jueves, enero 29, 2009

Un viaje por la sierra (quinta parte)


Algunas veces me pregunto, ¿cuando es que dejamos de escuchar?. Acostumbrados al ruido de fondo que cotidianamente nos colma los oídos con esa cacofonía difícilmente discernible y de la que, cierto nivel de ruido, se convierte en nuestro silencio; dejamos de prestar atención a las sutilidades auditivas que nos rodean en diferentes lugares.


Vista satelital de Santa María Ocotán. Durango



Día 4.

Había pasado poco tiempo desde que partieron todos los vehículos, estaba solo en medio de ese lugar perdido en algún punto de la sierra, y mis oídos, sintiéndose extraños, buscaron ese ruido de fondo.

Poco a poco empecé a captar los pequeños sonidos que me rodeaban, el trino de un pájaro me llego como un susurro desde la arboleda en el rincón del valle, el batir de las alas de una avispa me sorprendió por su fuerza y nitidez, la brisa con su suave voz me envolvió; cerré los ojos para dejar que mis percepciones se enfocaran en lo auditivo y así seguí descubriendo este mundo tan alejado en el cual había quedado como un naufrago, como un extraño.

Después de un buen rato de estar escuchando este vibrar de la vida entré a la cabaña, desempaque nuevamente mis cosas y luego me di una vuelta por el centro pues ese día el tiempo me sobraba. Hasta ese momento me pude dar cuenta de lo grande del CCI, éste constaba de varias construcciones en un terreno que seguía una ligera pendiente, en la parte superior estaba la cabaña en la que me alojaba y frente a esta una serie de cabañas para el personal que llegaba de cuando en cuando; seguía la cabaña principal donde se alojaba el Director del Centro, muy amplia por cierto. Terminando la zona de dormitorios seguían varios edificios de oficinas, un auditorio y en el otro extremo del terreno las bodegas, así como un espacio techado para el taller. Pude ver una planta de energía eléctrica que funcionaba a Diesel con una instalación hecha para proveer de electricidad a toda la población del lugar, desafortunadamente estaba sin uso debido a que el costo del combustible no lo podían aportar los pobladores.


Vista del CCI de Santa Mária Ocotán.


Terminado el recorrido busque a Octavio y Edmundo, que fueron los únicos en quedarse; el primero se encargaba de la administración del centro y los asuntos que fueran saliendo; el segundo formaba parte del CONFE y siempre que iba para esa zona de la sierra ahí se quedaba.

La vida en ese lugar transcurría pausadamente, los encontré haciendo algún papeleo de los pendientes y recibiendo a una cuantas personas que necesitaban realizar alguna gestión. No pasó nada extraordinario ese día, después de despachar el poco trabajo que hubo nos fuimos ha hacer la comida. Debido a que la población está en medio de la sierra, cuando viajas hacia ahí debes comprar todo lo que vas a necesitar en la ciudad y transportarlo para que nada falte; como ellos se quedaban por algunos meses tenían una despensa muy bien surtida y por ese lado no tuve dificultades, pues lo que llevaba solo me alcanzaba para los 4 días que tenía programados.

Estando en el CCI te desvinculabas de la realidad cotidiana, al no existir medios de comunicación nos encontrábamos prácticamente aislados, sólo teníamos posibilidad de comunicarnos con la oficina durante 15 minutos en el día con una señal de radio que dejaban libre para que la utilizáramos los CCI del estado, más allá de eso no existía la posibilidad de que llegaran las señales de radio y televisión comerciales, aunque por las noches se podía sintonizar una estación de la ciudad de Fresnillo, Zacatecas o transmisiones de la Unión Americana pero con mucha interferencia.

El tiempo durante el día se deslizaba suavemente, por las noches jugábamos cartas para pasar el rato, preparábamos la cena y nos sentábamos diariamente como parte del ritual del día. Olvidaba mencionar a 2 habitantes del centro que se habían avecindado ya hacía bastante tiempo, estos eran dos perros que nos acompañaban durante el día, ambos de raza indefinida y edades dispares; una perra joven que le llamaban “Camila” y que era muy cariñosa con los que estábamos ahí pero una fiera guardiana con los extraños y, un perro ya viejo bastante flaco al cual se le veían las hullas de las batallas luchadas para sobrevivir. Éste no tenía nombre y yo le puse “Morgan”, se me figuraba un viejo pirata retirado ya cansado de ir y venir. Él Morgan descansaba placidamente en cualquier rincón del centro y le dábamos de comer cada día. Era afortunado porque la Camila lo aceptaba y dejaba que anduviera cerca de ahí, a otros perros los atacaba y hacía huir.


El día fue bastante tranquilo, preparé algunas cosas y pude acordar unos puntos sobre el trabajo que realizaría en los siguientes días con un indígena que trabajaba en el centro y que fue mi contacto con la comunidad.




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